La PARTICIPACIÓN es uno de los elementos fundamentales de la sociedad, constituye tanto un Derecho como de Deber, y hasta podría considerarse una necesidad humana, en mayor o menor grado. Sin duda es una condición para una democracia sana, en definitiva, para que las cosas vayan.
La participación favorece la solidaridad entre los individuos, ya que hace de éstos miembros activos e implicados en el destino de su entorno social, en los cambios políticos y económicos.
Es obvio que no nos encontramos en uno de los mejores momentos para la participación, si bien hubo un gran auge con la transición, han sido varios los factores que han ocasionado el apagamiento progresivo de la acción participativa.
Posibles causas de ese debilitamiento han sido, por un lado, la excesiva institucionalización y/o burocratización del movimiento de participación, la asunción por parte de los partidos políticos de un exceso de protagonismo en la gestión, la etapa de bonanza socioeconómica vivida en el país en los últimos años, y sin duda, el propio sistema neoliberal, que alienta el individualismo y la competitividad, valores opuestos a los propios de la participación.
En definitiva la participación es la expresión máxima de la CIUDADANÍA, y ésta se articula mediante nuestra implicación activa en nuestro entorno, sea como consumidores/as o ahorradores/as responsables, soci@s o colaboradores/as de colectivos, etc. Por tanto no se puede entender ciudadanía sin participación.
CIUDADAN@ debería ser toda aquella persona que vive y se implica en las cuestiones del lugar que habita, tanto si es nacid@ en dicho lugar como si no lo es.
Agustín García Alfaro
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