domingo, 5 de marzo de 2017

Por qué yo no paro el 8 de marzo.


El próximo 8 de marzo hay una llamada mundial a las mujeres a un paro global, coincidiendo con el Día Internacional de las Mujeres.

Es un día de viejas aunque muy vigentes reivindicaciones. En el que las mujeres de todo el mundo clamarán una vez más por la equidad de los derechos y las oportunidades, en contra del machismo imperante y de las diferentes formas en que se manifiesta, contra la violencia machista…

Yo no paro, ese día en lugar de salir a manifestarme trataré de aplicarme, como el resto de los días del año,  la máxima de que “lo personal es político” de la feminista Carol Hanisch. Me quedaré en casa, me dedicaré a los trabajos domésticos y de cuidados, ese será un buen día para la reflexión que como hombre me debo a mí mismo sobre mi manera de estar en el mundo. Dejaré para mi compañera el paro, la huelga y la reivindicación, que tome la calle.



Mi revolución pendiente es interior, como la de la mayoría de los hombres. Está en visibilizar y valorizar el trabajo doméstico, la corresponsabilidad, los cuidados… Cada día es una oportunidad maravillosa para deconstruirme, para revisar cómo el patriarcado se emplea en mí, para explorar y conquistar el universo de lo íntimo.

En lugar de salir a manifestar y ocupar el espacio que merecen y en el que se deben visibilizar las mujeres, creo que nuestra mayor aportación es quedarnos en casa, dejar de decir LO QUE HAY QUE HACER, de dar nuestra opinión sobre la equidad desde el pedestal que nos da nuestro género, anclado en lo público. Dejar de ser noticia.



Compañeras, toda mi solidaridad con vuestra lucha que es la mía.

Yo el 8 de marzo no paro.

sábado, 18 de febrero de 2017

Unos pendientes para Noa




Hace ya más de un año mis hijas de 7 y 5 años, aprovecharon una visita de fin de semana de su una familiar cercana para agujerearse las orejas. Ésta, que no había cesado en su intento desde hacía años, se vio colmada de dicha cuando ambas le dijeron que por fin querían ponerse pendientes.

Tanto su madre como yo habíamos decidido en su día que no queríamos someterlas a ese dolor y marcarlas con un hábito tan extendido como sexista, en sus pequeñas orejitas de bebés. No veíamos ningún interés en someterlas a un innecesario dolor, a riesgos de infecciones, incomodidad a la hora de dormir, etcétera.  Entendíamos que ésta, como muchas otras, debía ser una decisión que tomarán libre y responsablemente cuando fueran mayores.

Los primeros años en la vida de un niño o de una niña son decisivos en el desarrollo de su personalidad, de su identidad sexual y de género. Obviamente mis hijas no son ajenas a ello aunque en nuestra casa tratemos de ofrecerles modelos igualitarios y no diferenciados en cuanto a los roles de género. Desde su nacimiento se han visto bombardeadas por estímulos y expectativas hacia su expresión de género. Tanto en el tipo de juegos que se les proponen, en los juguetes que se les regalan, en las canciones y comentarios que escuchan a su alrededor.

Su amorosa familiar, que en absoluto las quiere mal sino todo lo contrario, sintió el privilegio de regalarles, con nocturnidad y alevosía (todo hay que decirlo), ese capricho. No hace falta decir que el plato fue de muy mal gusto pero lo tuve que aceptar supongo que por no ser tildado de radical, de exagerado aunque me hubiera encantado cantarle las cuarenta. No lo hice y deje que las niñas disfrutarán del doloroso adorno, ya que en varias ocasiones se les infectó su orejita a ambas y les suponía no pocos problemas de enganchones, hasta el punto de que en una ocasión a una de ellas se le cerraron completamente los agujeros y aunque es muy miedosa decidió que quería volver a hacérselos aún con el calvario que eso le supuso.

Me resulta gracioso recordar cuando a los 12 años decidí agujerearme la oreja como muestra de rebeldía, y a los 14 hice lo propio en la otra oreja, para reafirmarme en mí me libre identidad.



Pues bien, en estos días una de mis hijas me ha vuelto a dar una lección, ha decidido que no quiere tener pendientes, no le compensa la incomodidad y el dolor que le generan, las reacciones que le producen, por más linda que le hacen parecer. A sus 5 años ha decidido liberarse de ese dolor innecesario por lucir una delicada y bonita apariencia de niña con pendientes y adornos…


Algo bueno estaremos haciendo, digo yo,  cuando mi hija decide a esa edad que no le interesan los pendientes ni otros complementos diferenciadores, y que eso no pone en cuestión su identidad de género sea cual sea.

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