sábado, 18 de febrero de 2017

Unos pendientes para Noa




Hace ya más de un año mis hijas de 7 y 5 años, aprovecharon una visita de fin de semana de su una familiar cercana para agujerearse las orejas. Ésta, que no había cesado en su intento desde hacía años, se vio colmada de dicha cuando ambas le dijeron que por fin querían ponerse pendientes.

Tanto su madre como yo habíamos decidido en su día que no queríamos someterlas a ese dolor y marcarlas con un hábito tan extendido como sexista, en sus pequeñas orejitas de bebés. No veíamos ningún interés en someterlas a un innecesario dolor, a riesgos de infecciones, incomodidad a la hora de dormir, etcétera.  Entendíamos que ésta, como muchas otras, debía ser una decisión que tomarán libre y responsablemente cuando fueran mayores.

Los primeros años en la vida de un niño o de una niña son decisivos en el desarrollo de su personalidad, de su identidad sexual y de género. Obviamente mis hijas no son ajenas a ello aunque en nuestra casa tratemos de ofrecerles modelos igualitarios y no diferenciados en cuanto a los roles de género. Desde su nacimiento se han visto bombardeadas por estímulos y expectativas hacia su expresión de género. Tanto en el tipo de juegos que se les proponen, en los juguetes que se les regalan, en las canciones y comentarios que escuchan a su alrededor.

Su amorosa familiar, que en absoluto las quiere mal sino todo lo contrario, sintió el privilegio de regalarles, con nocturnidad y alevosía (todo hay que decirlo), ese capricho. No hace falta decir que el plato fue de muy mal gusto pero lo tuve que aceptar supongo que por no ser tildado de radical, de exagerado aunque me hubiera encantado cantarle las cuarenta. No lo hice y deje que las niñas disfrutarán del doloroso adorno, ya que en varias ocasiones se les infectó su orejita a ambas y les suponía no pocos problemas de enganchones, hasta el punto de que en una ocasión a una de ellas se le cerraron completamente los agujeros y aunque es muy miedosa decidió que quería volver a hacérselos aún con el calvario que eso le supuso.

Me resulta gracioso recordar cuando a los 12 años decidí agujerearme la oreja como muestra de rebeldía, y a los 14 hice lo propio en la otra oreja, para reafirmarme en mí me libre identidad.



Pues bien, en estos días una de mis hijas me ha vuelto a dar una lección, ha decidido que no quiere tener pendientes, no le compensa la incomodidad y el dolor que le generan, las reacciones que le producen, por más linda que le hacen parecer. A sus 5 años ha decidido liberarse de ese dolor innecesario por lucir una delicada y bonita apariencia de niña con pendientes y adornos…


Algo bueno estaremos haciendo, digo yo,  cuando mi hija decide a esa edad que no le interesan los pendientes ni otros complementos diferenciadores, y que eso no pone en cuestión su identidad de género sea cual sea.

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