Hace ya más de un año mis hijas de 7 y 5 años, aprovecharon
una visita de fin de semana de su una familiar cercana para agujerearse las
orejas. Ésta, que no había cesado en su intento desde hacía años, se vio
colmada de dicha cuando ambas le dijeron que por fin querían ponerse
pendientes.
Tanto su madre como yo habíamos decidido en su día que no
queríamos someterlas a ese dolor y marcarlas con un hábito tan extendido como
sexista, en sus pequeñas orejitas de bebés. No veíamos ningún interés en someterlas
a un innecesario dolor, a riesgos de infecciones, incomodidad a la hora de
dormir, etcétera. Entendíamos que ésta,
como muchas otras, debía ser una decisión que tomarán libre y responsablemente
cuando fueran mayores.
Los primeros años en la vida de un niño o de una niña son decisivos
en el desarrollo de su personalidad, de su identidad sexual y de género.
Obviamente mis hijas no son ajenas a ello aunque en nuestra casa tratemos de
ofrecerles modelos igualitarios y no diferenciados en cuanto a los roles de
género. Desde su nacimiento se han visto bombardeadas por estímulos y
expectativas hacia su expresión de género. Tanto en el tipo de juegos que se
les proponen, en los juguetes que se les regalan, en las canciones y
comentarios que escuchan a su alrededor.
Su amorosa familiar, que en absoluto las quiere mal sino
todo lo contrario, sintió el privilegio de regalarles, con nocturnidad y
alevosía (todo hay que decirlo), ese capricho. No hace falta decir que el plato
fue de muy mal gusto pero lo tuve que aceptar supongo que por no ser tildado de
radical, de exagerado aunque me hubiera encantado cantarle las cuarenta. No lo
hice y deje que las niñas disfrutarán del doloroso adorno, ya que en varias
ocasiones se les infectó su orejita a ambas y les suponía no pocos problemas de
enganchones, hasta el punto de que en una ocasión a una de ellas se le cerraron
completamente los agujeros y aunque es muy miedosa decidió que quería volver a
hacérselos aún con el calvario que eso le supuso.
Me resulta gracioso recordar cuando a los 12 años decidí
agujerearme la oreja como muestra de rebeldía, y a los 14 hice lo propio en la
otra oreja, para reafirmarme en mí me libre identidad.
Pues bien, en estos días una de mis hijas me ha vuelto a dar
una lección, ha decidido que no quiere tener pendientes, no le compensa la
incomodidad y el dolor que le generan, las reacciones que le producen, por más
linda que le hacen parecer. A sus 5 años ha decidido liberarse de ese dolor
innecesario por lucir una delicada y bonita apariencia de niña con pendientes y
adornos…
Algo bueno estaremos haciendo, digo yo, cuando mi hija decide a esa edad que no le
interesan los pendientes ni otros complementos diferenciadores, y que eso no
pone en cuestión su identidad de género sea cual sea.
Algunos post que te pueden interesar:
No hay comentarios:
Publicar un comentario